domingo, 5 de septiembre de 2010

Los que vienen: "Materia oscura" de Laura Giordani


M-124. Poesía. 2010. 90 páginas. ISBN:978-84-15019-16-9. 10 €.



El tizne en las mejillas,
el perfume a muerte temprana,
la noche cubriendo la orografía
cárdena de tu cuerpo 
con todos los relieves del maltrato,
tu sombra menuda       repartiéndose,
haciéndote 
cada vez más inconsistente
en el asfalto y las nubes 
a contramano, duelen.

El zócalo de almohada,
la bolsita de pegamento, 
su nana mortal contra la boca.

Te van endureciendo las esquinas:
sus ángulos cada vez más agudos 
decapitan candores, desdicen
las mieles y vas cayendo sin cese
sobre las crestas frías del alba.

Duele la indiferencia:
esa extensión de sien a sien
donde se evapora el llanto tan rápido.



Clamor de Laura Giordani


El implacable libro de Laura Giordani avanza por creación de ámbito. Así, cercando, sitúa el tema de un libro que, como tema, parece ya imposible: el niño. Así, cercado mediante subtemas que lo comprometen —hambre, desplazamiento, trata, entre otros— las palabras de Giordani delinean la silueta de, metáfora mediante, ese clavo clavado en la conciencia humana: el niño, su imposibilidad acentuada en un mundo excluyente. Si el concepto de infancia —del latín in-fans: «lo que no habla»— parece un tema sociológico más resuelto en los antiguos países del capitalismo sólido —tanto financiero como económico—, en los países que se organizan con la conciencia de su exclusión el niño es la experiencia límite arrojada a los ojos de quien pueda, todavía, ver. Todo pasa por él y él pasa por todo: es la víctima de la gran crueldad reinante y es el gran referente de una transformación que apele a la tradición humanista más honda. En los países de estado «fallido», en las sociedades «no resueltas», esos «que ya se jodieron» (palabras del ex presidente español José María Aznar) todo cambio se organiza en torno a ese organismo que aparece en el horizonte de nuestros sueños y de la realidad inaceptable con rara autonomía: el niño, un resplandor en la indigencia. Su condición siempre latente que le otorga el Poder, o latente-no-todavía, lo asemeja a la condición utópica: el niño, «lo que será», es el único referente válido, en este discurso, de una modificación válida —en mi época se decía «revolución»—. Hasta que su presente indigente rompe la razón estética. ¿Qué se hace con los niños del presente por parte de una razón utópica que de tan racional fue desplazando su horizonte hasta desaparecerlo?
El implacable libro de Laura Giordani: me refiero precisamente a eso: al valor desdoblado que significa el levantamiento del niño a calidad de emblema o estandarte de un mundo siempre por venir. No hay modo de «escapar del niño» según esta postura: o es el gran valor de la transformación o es la gran coartada para el chantaje. Mientras tanto el niño paga el desdoblamiento. La lírica sólo puede echar mano a la contradicción y a la contrariedad, a un por gritar que aprieta el cuello de la palabra. Pero tampoco es posible callar.
Como todo libro que plantea un dilema radical para la poesía —la condición de la infancia, tanto simbólica como real—, es, en este mundo, arrasada: el capitalismo dominante y su cada vez más amplia base de sumisos —ahora por necesidad: siempre triunfa causalmente la abyección—revela su verdad sádica, cruel. Materia oscura devuelve al poema su condición de experiencia que aparece posible por una relación límite con el tema que, en este caso, define el lenguaje. El lenguaje no puede ser por completo descarnado, que es lo que legitimaría el grito necesario. El lenguaje no puede ser excesivamente imagístico: se dejaría de lado el referente que no puede perderse de vista. Se impone un borde, un filo lingüístico que pone a prueba la dimensión del poeta que parece situarse en un siempre-por-caer. 
Un libro como Materia oscura, con la anterioridad de un arsenal subterráneo —y no tanto— de literatura poética escrita a favor de grandes causas por una incompetencia poética o por una incomprensión estético-histórica dignas de estudio que lo llama desde abajo, cumple con un rechazo feliz: no sólo la rebelión ante una realidad sistémica complacida en la sucesión de ignominias a la que somete al sobreviviente —lo imperdonable: que convierte en sobreviviente al que comienza a vivir— sino también la rebelión ante el chantaje de la autocomplacencia, lo que significaría una «saludable» y «realista» estética del hambre en fase de reactivación. Su rebelión es entrañable: emerge desde el fondo —no de la palabra sino de lo que la hace posible, intolerante del silencio—, su costado mejor. La voz que dice:

«El último ciervo va cayendo en tu mirada
mientras alza las palabras usurpadas a tu lengua»

es la misma voz que dice:

«Nunca lloverá suficiente para lavar este asco».

Entre lírica y experiencia de verdad se produce el cercamiento, el acecho del acechado. Sólo es posible la impureza, la contaminación. Reiterar una y otra vez lo dicho contagiado ahora de no dicho. Surge así la nitidez, otra vez, de un resplandor: el niño, resplandor de la indigencia. El niño-núcleo del no-hablar, padre del loco, nuevo sujeto de una imposible palabra, blanco de la impotencia de lo que no es niño. Porque el que escribe no es un niño aspira a desbrozar la maleza que oculta esa palabra. La única manera de no «hacerse el niño» en la escritura —una manera de construirlo dentro a contramano, esto es, de sustituirlo— es escuchar esa palabra que de tanto no hablar habla distinto. Y ayudar, fuera del poema, a derribar la inhumanidad sistémica. Tal parece ser el empeño de esta voz-casa, Laura Giordani. 

                                                     
                                                    Eduardo Milán

1 comentario:

  1. Espero este libro como agua de mayo.

    Me consta que es un poemario solvente.

    Belleza y justicia ahondada en un corazón que vuelve. Palabra dada que emergerá por la gracia del zahorí incansable.

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