lunes, 14 de marzo de 2011

ACANTILADOS DE HOWTH, de David Pérez Vega



Acantilados de Howth es la primera novela publicada por David Pérez Vega, a quien, por otro lado vengo leyendo desde su blog literario, que ofrece una visión personal y entusiasta de lo que va leyendo, cosa digna de encomio, sobre todo el entusiasmo, entre el panorama predominante de acidez y menosprecio (simulado casi siempre) que abunda en muchos análisis o reflexiones literarias. Desde luego, transmite su efusión ante la lectura.
Su novela, en cambio, parece el envés de ese entusiasmo. El resabio más importante que deja es el de la apatía, el tedio, y la previsibilidad de las vidas de unos personajes que se aburren inmensamente en una sociedad decepcionante, castrante y sin salida. Se me viene a la cabeza la imagen de Bartebly, el genial y premonitorio personaje de Melville, asomado a la ventana y mirando fijamente hacia la cercana pared de ladrillo que acota su visión sin esperanza. Es la sensación que me producen las numerosas “pequeñas” vidas que se van desgranando a lo largo de la novela. Miran obcecadamente a un muro sin perspectiva, y el protagonista, algo más consciente, parece a veces sufrir por ello, y otras simplemente lo asimila como inevitable.
Esta generación que se nos muestra en su vivir más cotidiano, aquellos jóvenes licenciados por los 90 o posteriores, en una España de aparente pujanza económica ( aparente como ya todos archiconocemos) representa bien a las claras la saturación existencial y la miopía vital de una época de transición (económica,cultural) que se ha ido autodestruyendo con su falta de referentes y valores meritorios por los que moverse. Son jóvenes que opositan tristemente a plazas miserables, que consideran un logro pagar una hipoteca de 35 años en un barrio o pueblo perdido en el fin de la nada, que se desloman ciegamente en trabajos de “chaqueta y corbata”, que buscan “la mujer de su vida” para un matrimonio de compartir tedio televisivo y porciones de comida para llevar. Está plagada la novela de jóvenes que se desquitan de la rutina con las tremendas borracheras, porros y demás efusiones artificiales de fin de semana en los bares de polígonos y arrabales urbanos. Con los amigos que uno no ha escogido salvo por la inercia del azar de la infancia o de los estudios. Con los previsibles viajes de oferta de fin de semana. Con las osadas escapaditas de un erasmus. Son jóvenes-polilla que revolotean en torno a una misma lámpara y chocan una y otra vez contra su falso resplandor.
En este fresco de esa nuestra época (aún primitivamente internauta, no sé si para bien o para mal o para peor) se resuelven los distintos hilos de unas historias sencillas pero llenas de dramatismo en su inanidad. El personaje, que con 30 años añora su “juventud” y su “oportunidad” perdidas da vueltas sobre su particular historia en un ir y venir temporal . Las continuas analepsis superpuestas en la estructura de la novela contribuyen a esa sensación deambulatoria del pensamiento errático del frustrado Ricardo.
Pero una duda me queda sobre este reflexionar tipo “¿en qué momento se jodió todo?, (al estilo Zavalita de Vargas Llosa). ¿Realmente añora algo el protagonista? ¿realmente ha perdido alguna oportunidad de oro para escapar hacia algún perfect world? Personalmente pienso que no. Él mismo es consciente de que ha idealizado una época de su vida cuyo único valor parece ser la distancia temporal y espacial que pueden simbolizar la huida. Por ello puede constituirse en pequeño paraíso perdido. La juventud, el posible amor espontáneo, el desenfado y el vivir al día parecen ser la única isla (circunscrita a Irlanda, a un acantilado en concreto, con su horizonte neblinoso), el único recodo de respiro para un ser desterrado de sí mismo y de su entorno. No hay esperanza de redención para él, estará siempre al margen de las cosas. Salvo, quizá, la literatura (la cita final de Bolaño es la lucecita al fondo del túnel).
Otras cosas que destacaría de la novela: la sátira del concurso literario de provincias (muy “bolañesca”) y su lenguaje sin impostar. Requisito esto último para mostrar la desnudez de la vida mediocre en un mundo mediocre.


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