miércoles, 19 de octubre de 2011

Presentación de MEMORIA DE LAS PIEDRAS en GRAN CANARIA

Presentación de MEMORIA DE LAS PIEDRAS de Gabriel Cruz 
28 de octubre a las 18,00 h. Cueva Pintada de Gáldar (www.cuevapintada.com) Gran Canaria
Presentan Samir Delgado y Gabriel Cruz


MEMORIA DE LAS PIEDRAS:
LA RECUPERACIÓN DE LA PALABRA

En 1997 Ediciones La Palma publicaba Memoria de las piedras, un libro anómalo y, por ello, fundamental para entender una determinada sensibilidad literaria que no ha dejado de crecer en la literatura hecha en las Islas Canarias. Su autor, Gabriel Cruz, con valentía y honradez, nos acercaba al inexplorado, desde el punto de vista literario, mundo aborigen, alejándose de los tópicos idealizados y poco documentados de finales del siglo XIX y de los escasos resabios del siglo XX, en donde han convivido la referencia tangencial y la reivindicación excesivamente ideologizada, pero muy poco rigurosa. Sus referentes dejan de ser anecdóticos para convertirse en el objeto literaturizado, asumiendo todas sus consecuencias tanto narrativas como históricas. Memoria de las piedras no tardará en convertirse en una obra señera, en el necesario pilar donde se asiente esta tendencia creativa.
Hoy, catorce años después, la editorial Baile del Sol recupera oportunamente este texto necesario y hasta ahora perdido, dotándolo de un valor no ya añadido sino absolutamente enriquecedor, diferenciador, que ahonda mucho más en el verdadero espíritu de los textos y que lo enraíza mucho más en las piedras, en la memoria, en la tierra de la que proviene y a la que ha llegado para permanecer: la oralidad.
Este valor no es otro que la edición bilingüe amazigh*/español, con parada también en el francés (lengua que ha servido de puente entre las dos anteriores). 
            Pero situemos en su justo contexto este libro para poder entender cuál es su real importancia.
Memoria de las piedras acerca al lector a la cosmogonía prehispánica desde la mirada del aborigen. A través de los textos, Gabriel Cruz muestra desde dentro, desde una óptica personal las inquietudes, los mitos, las leyendas, los itinerarios de los habitantes prehispánicos. La recreación del universo insular desde la licencia literaria que permiten la reflexión personal y la relectura de los textos históricos, crea una atmósfera mágica, telúrica, ritual, que nos devuelve a la raíz.
Nos encontramos ante el habitante que se observa y que camina libre por los senderos de la memoria y que en un acto iniciático abre las rendijas de unos caminos aún no transitados.
Memoria de las piedras es, pues, una visión libre, atrevida, sugerente de las palabras que quizás una vez hubieran podido oírse en estos barrancos, en estos montes y que ahora, revividas, vuelven a escucharse como un eco que nos devuelve el tiempo.
Hay verdades que no, por poco repetidas o ya olvidadas, dejan de serlo: el hombre pertenece a la tierra y no al contrario. El hombre nace o vive en un paisaje que le resulta continuamente extraño. La habitual contemplación de este hace que se acostumbre a sus montañas, a sus barrancos, a sus árboles y animales. Pero estos siempre han estado ahí, contemplándonos, observándonos y, quizás, juzgándonos. Todo necesita ser nombrado y el hombre, para hacerlos ingenuamente suyos, les da nombre y los integra en su universo cotidiano. Pero la tierra siempre ha estado ahí; otros pueblos, otras lenguas antes la han nombrado, probablemente con nombres mágicos de cuando nada existía y el simple hecho de nombrar daba vida. Y el nombre mágico acarreaba una historia, una leyenda que explicara el sentido de la creación. Pero el hombre olvida, muere o, lo que es peor, se le arranca la memoria que lo identifica como pueblo. Sin embargo, la memoria permanece porque nunca ha sido suya, sino que ha pertenecido a la tierra, que se la ha otorgado para atarlo a sus raíces.
En este marco se encuadra el libro Memoria de las piedras de Gabriel Cruz: en el de la orfandad de una tradición literaria que ha creado de espaldas a la memoria de la tierra, de la orfandad de un territorio que dormita, de una tierra donde las leyendas duermen aletargadas, esperando la voz que las conjure. Gabriel Cruz nos retorna de un silencio de siglos para renombrar el origen de las cosas, del principio y del fin, como un espectador atento que necesita anclarse en los senderos que transita. Reinventa el mito porque todo hombre que camina necesita imperiosamente reconocer los senderos que holla, el alma de las montañas, el corazón de los animales, el silencio de los árboles.
Este no es un libro de leyendas escrito por un hombre que contempla la naturaleza. Este es un libro que ha sido dictado por la tierra que nos recupera como hijos, que nos devuelve la verdad de los elementos, que nos salva de nuestra orfandad. Este es el libro de la palabra, de la memoria; es el libro que escribieron quienes habitaron esta tierra hace cientos, miles de años, y que escribirán quienes la habiten en los próximos siglos o milenios, cuando nuestra memoria como moradores ya haya sido olvidada.
La experiencia recreadora de Gabriel Cruz no es solitaria, es una experiencia colectiva, es la visión del guañameñe, del creador de palabras que nos transmite el acto mitificador, la experiencia mística de la vuelta al origen. Nicolás Estévanez había escrito: “La patria es el espíritu, / la patria es la memoria”, y Gabriel Cruz, continuando la senda marcada, nos habla del origen, donde nos devuelve a la creación del mundo y de sus mitos, de nuestro mundo y de nuestros mitos; nos habla de la vida y nos otorga vida; nos habla de la muerte y nos otorga un engañoso olvido. La última frase del libro reza así: “Me traga la mar amarga, la mar del olvido”. Pero no es cierto; las páginas de Memoria de las piedras nos han devuelto de esa marea negra para otorgarnos el don del recuerdo, para que contemplemos a nuestro alrededor y sepamos el porqué, la razón de nuestra presencia en este territorio. Nos ha recobrado la memoria y nos ha devuelto a las raíces. A partir de este momento, nuestra mirada nunca más será solitaria, nuestras huellas no serán ajenas al viento que las borra, nuestras palabras no rebotarán vacías en los barrancos. El guirre volará libre, por encima de los pájaros blancos, desde estas montañas a la Tierra de las Llanuras; y nosotros con él.
Ahora, todas estas palabras, que provienen de la oralidad más ancestral, se nos presentan no ya solo en la lengua original en la que fueron escritas, el español, sino  también en amazigh; regresan a su propio origen y también a su propia voz porque podremos escuchar el sonido ancestral que nos lleva al génesis, allí donde podremos asumir la historia, la memoria de la tierra que ahora hollamos y fundirnos en ella junto a la esencia que la creó: la palabra primigenia.
Esta obra trasciende las fronteras idiomáticas y tiende puentes, solo hasta ahora ocultos aunque no destruidos. Este texto busca el reecuentro con el tronco común de donde provienen las palabras, la memoria, los signos, la identidad; en definitiva, el reencuentro con nosotros mismos y con nuestra necesidad de una historia no escrita en el papel.
Es aquí donde radica el valor de esta nueva edición de Memoria de las piedras, un libro que nos hace dar la vuelta y situar la espalda al océano y los ojos hacia las tierras cercanas del continente, un libro que necesariamente debe leerse y luego olvidarse para no negarle su verdadera función: la oralidad. Memoricemos sus palabras, cantemos sus sonidos, grabémoslos en las piedras y transmitámoslos a nuestros hijos, los hijos de esta tierra.  

* la lengua bereber viva más cercana a la que hablaron los aborígenes canarios, con una variante escrita que es el tifinagh.  
                                 
Coriolano González Montañez
Tacoronte, agosto 2011


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