martes, 20 de marzo de 2012

Piedras en el camino


Por Leoncio González
Casi todo es mío
Antonio Jiménez Paz
Ediciones Baile del Sol
Santa Cruz de Tenerife, 2008
83 páginas.
El sendero en el que Pessoa se ve atravesado, en la primera página de este libro, es en el que la duda atormenta al caminante. Estas páginas son el lento deambular, de Antonio Jiménez, por ese recorrido del desasosiego que nos da la incertidumbre.
En este libro la tinta mancha las yemas de los dedos al pasar las páginas. Esas manchas no hacen sino evidenciar que las realidades no lo son tanto, “no se borra lo que uno quisiera”, dice. Antonio Jiménez ha escrito un manifiesto dubitativo en Casi todo es mío (Ediciones Baile del Sol, 2008). Sabe que ese “casi” no engloba apenas su nombre y que ese “todo” se diluye como una gota de absenta al contacto con un terrón de azúcar. Así son la mayoría de estos poemas, una gran oleada de sabor, penetrante y oloroso, que luego, al inminente chasqueo de la lengua, se convierte en un poso de preguntas, de verbos en subjuntivo, de adverbios, de adjetivos nada definitivos cargados de preguntas y de versos que no hacen más que certificar esa duda: “Me describo y no me consigo creíble”.
Del contacto con el otro, es de donde nace la única certidumbre de estos poemas: del roce caliente de la piel con otras pieles: con la piel del papel, con la piel de la piedra, con la piel de otros cuerpos (quizás los mismos, pero distintos): “Venimos frotándonos desde antes de los amaneceres”. Y ahí es donde talamos árboles que otrora sólo mirábamos, y donde se describen cosas que antes sólo se pensaban, todo bajo la sombra de un hombre que ya ha desaparecido, en favor del poeta –de uno o de muchos.
Por último, en la digestión poética de estas páginas aparece cierto hedonismo doloroso que ratifica circunstancias, actitudes, respuestas, mas poco creíbles todas ellas, y al mismo tiempo resuena de golpe una suerte de solución, cuasi definitiva: “entonces me borro”.
Jiménez (junto a sus cuerpos otros: el poeta, el lector, el crítico) caminan con un lastre a cuestas, hacia un lugar donde no tendrá que explicar ni quién, ni cómo se llama,  el que ha pergeñado todas estas dudas: “Quién soy / no lo sé. / O innumerable”.
Desde la barrera de la lectura, quizás, lo más fácil sería sacar las herramientas de disección y comenzar a cortar cada verso, cada duda, y sacar de ella una explicación más o menos lógica, cartesiana, rebuscada entre otros versos conocidos de este autor, de sus libros, de sus lecturas, de sus no lecturas, de sus amigos, de sus querencias y de sus odios. Quedaríamos colocados así en un terreno poco dudoso, en donde, ridículamente sólo podríamos evidenciar ese verso que resuena como el gong en el dojo zen: “Voy delante de mi aunque detrás”.
“Pero nadie sabe por cuál página ando…”, advierte, y faltaría menos. Casi todo en este libro nos conduce a una calle sin salida, en la que el poeta ¿se queda? y sus versos lo trascienden, lo abandonan, lo dejan al azar de nacer de nuevo, de volver a escribir todas esas palabras, preguntas, verbos, adverbios, dudas: “Lo demás/piedras en el camino son”.

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