sábado, 6 de abril de 2013

‘Cuadernos de un poeta en Mazagón’, verano al sol. José Antonio Moreno Jurado, 2013 | Ensayo


El propósito de Cuaderno de un poeta en Mazagón del poeta sevillano José Antonio Moreno Jurado (1946) sería el de hablar de unas convicciones radicales y sobre las que el poeta nos dice: “son mías y morirán conmigo”. Con ello, este libro se configura como un breve compendio de tales convicciones, juicios y dictámenes. Y esto tiene, fundamentalmente, un inconveniente del que ya Moreno Jurado nos advierte pronto, al decir que su afán es el de anotar ideas desordenadas, emociones antiguas o sentimientos, recuerdos, “las convicciones que me mantuvieron en pie frente a un mundo que gira en la dejadez y la locura”. En otras palabras: es una cuestión de empatía, o se está de acuerdo con las certidumbres de Moreno Jurado o no.
Salvado este ligero escollo viene, a mi entender, la parte más fecunda y, por decirlo con cierta grandilocuencia, ecuménica; de consenso fácil: la poesía, ese milagro –tan difícil- que es la plasmación del acto que apenas es potencia. Y la poesía como fuerza de choque contra el abismo actual en el que ha caído, en opinión de Moreno Jurado, la creación poética contemporánea. Aquí es donde el poeta emociona, donde habla de poesía. Y aún turba y desasosiega, pero tiernamente, cuando la hace. En los momentos en los que Moreno Jurado, sirviéndose de ese espejo fragmentario que es la naturaleza que le enfrenta, hace de su mirada poesía. Y lo hace de una manera bastante poco lírica (a priori), sentado en la playa sobre una silla de aluminio y rafia, una silla pequeñísima y a veces incómoda, desde la que observa el mundo a su alrededor, un mundo de bullaranga, mediocre, un mundo sureño de gentes embrutecidas, pacíficas en su ignorancia, benevolentes en su  idiocia.
El centro psico-geográfico de estos dos cuadernos (escritos en los veranos de 2010 y 2011) y, tal como ya anuncia el título, es Mazagón: “un jardín flotante que levita en la brisa”. Y su rasgo más representativo: los pinos, el pinar; la pinaza, de hecho. “El consuelo sin tacto de los pinos”, escribe Moreno Jurado en un momento. “Soy naturaleza [y] me pertenecen el cambio y la transformación”, nos dice Moreno Jurado, como si se buscase en el reflejo de esos pinos, vetustos e iguales, pero siempre diferentes, canallas, burlones, pero también adustos y francos. En lo que respecta al territorio sentimental es Grecia por donde circulará el lector que a estos cuadernos se acerque, una Grecia muy particular, “la Grecia encantada de otro tiempo […] de mi juventud y mis quimeras”. La vida, pues, sufrida en el entorno tórrido y desasosegante del sur, pero contrapunteada con la alegría de ese prisma griego, mediterráneo: humanista y espiritual. Así, Moreno Jurado consigue que nos amiguemos, aprendamos y gocemos de sus poetas amigos: Odysseas Elytis, Kostas Tsirópulos, Teodoro Pródromos, Manolis Anagnostakis, Giorgos Seferis. En lo tocante a la poesía, son interesantes también las reflexiones sobre su propia poética, pero –por sobre todo- un tema central: el amor, el amor en la creación poética.
En estos cuadernos reverbera el sentimiento de dolor y perplejidad ante las servidumbres que quiere imponernos nuestra época, y que Moreno Jurado vehicula a través de pequeñas reflexiones sobre la virtud, el comportamiento humano, la irracionalidad de la fe y sobre la ética, en la búsqueda incesante de una pasión ética. Y son meditaciones que toman la forma del pensamiento a trozos, de lo fragmentario; apuntes y comentarios breves que nos dejan ver en su fraseo el aliento instructivo y enfático del antiguo profesor ahora jubilado. También la utopía, o la derrota de las utopías, se sienten como amargo telón de fondo de todas estas reflexiones, y son pensamientos que a veces pinchan como puntiagudas e imprevistas astillas.
Pero lo que más duele, o mejor dicho, lo que conmueve de una manera más elocuente es esa herida de la existencia que se deja traslucir en diferentes momentos: la soledad, la pérdida de la libido, los dolores en la rodilla, el insomnio, los pensamientos desatinados y en desorden,  la disminución de la lucidez y el campo de arrugas “que cultiva mis mejillas y mi frente”. La Cafetería París de Mazagón o el bar de la calle Molares de Utrera. La emotividad y la nostalgia, esa lírica cotidiana, irrebatible. Porque, como dijimos antes, lo más valioso de estos cuadernos son los afanes poéticos con los que Moreno Jurado desentraña el mundo, ese desnudarse apasionado, “sin pudor alguno”.  En su parcialidad, en su obstinación despiadada, en aquello que le pertenece al poeta y le hace único, está precisamente su mejor virtud. Su única manera de (re)integrarse a ese azul salvaje del sur, del que Moreno Jurado nos dice que es la única trascendencia posible y verdadera. El azul. El azul del mar que le asalta a la vista desde esa silla de aluminio y rafia, pequeñísima, y a veces incómoda y que le abismará en su placidez centelleante también al lector que decida acompañar al excelente poeta sevillano.
J.S. de Montfort
http://www.paisajeselectricos.com/2013/04/03/cuadernos-de-un-poeta-en-mazagon/

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