lunes, 17 de febrero de 2014

Stoner

Stoner, John Williams, Baile del Sol, 2010.
Generación perdida es el nombre con el que se conoce a un grupo de escritores estadounidenses, fundamental en la narrativa del siglo XX. En él se ha integrado a novelistas como Fitzgerald, Dos Passos, Hemingway, Faulkner o Steinbeck, que compartían el hecho de haber vivido en Europa entre la I Guerra Mundial y el crack del 29. Fueron los ideólogos de una nueva estética narrativa caracterizada por escribir sobre la situación económica y social norteamericana, el pesimismo, la gran depresión y las consecuencias de la guerra.
A John Williams no se le considera miembro de este grupo, pero bien podría serlo por su estilo y sus tramas. De hecho, no es un autor muy conocido aunque merece, y mucho, la pena.
El protagonista, William Stoner, es el único hijo de un matrimonio de granjeros de Missouri. La vida familiar es tan árida como la tierra de labriego. A base de mucho trabajo, sus padres consiguen enviarle a la Universidad para que estudie Agronomía. Allí descubrirá su amor por las letras, lo que le llevará a olvidarse de la agricultura en favor de la enseñanza universitaria.
Stoner comienza su vida docente y se suceden las diferentes etapas de su vida: conoce a una chica, se casa con ella, enseña, investiga, tiene una hija, se enamora, cae en trampas, afronta obstáculos, envejece… Todo ello con el aparente desinterés de quien tacha un día ya finalizado en el calendario.
Planteado así, el libro no parece la alegría de la huerta. Entonces, ¿por qué lo recomiendo? Son varias las razones.
La primera de ellas, la forma en que está escrito y compuesto. Aparentemente sencilla. Aparentemente. Sin artificios, con naturalidad, la historia fluye sin dificultad y así lo percibimos los lectores. Todo un logro.
Además,  Stoner es un hombre semipresencial que, sin embargo, llena el libro, deja una gran impresión en la poslectura. Otro logro más.
Junto a ello, los detalles. Lo pequeño aparece sin estridencias, pero se queda para sostener la novela.
Para finalizar, no puede olvidarse el regustillo placentero que deja en la glándula lectora y que dura días. Mmmmmmmmmm, qué rico.
Inmaculada Setuáin Mendía

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