jueves, 31 de marzo de 2016

Bailando con Yolanda Ortíz: "Lo más interesante que el ser humano puede aportar a la literatura es su fragilidad, sus dudas, su angustia"



Baile del Sol.- Manotazos al aire es un poemario sin concesiones, que se asoma, entre otras cosas, al dolor propio y al ajeno, ¿cómo te enfrentas a esas heridas?
Yolanda Ortíz.- Después de darle muchas vueltas, me parece que el poema nace del equilibrio entre ser una realidad otra –una realidad literaria– y su origen en la herida, es decir, tan mala me parece la poesía que habla de la herida sin convertirse en objeto literario, como aquella que es objeto literario sin indagar en la herida, porque creo que en el centro del poema tiene que latir algo real, algo que sacuda a quien lo escribe y, si el posible, a quien lo lee. Entonces, la respuesta es que no entiendo la escritura de otra manera que encontrándome de frente con la emoción, eso tiene una parte de sufrimiento, pero también de catarsis, porque el proceso intelectual te ayuda a colocar y a comprender. Para mí esta poesía puede tener dos peligros: primero, el efectismo; segundo, que uno acaba lavándose la conciencia o «limpiándose el grito en el poema».

BdS.- El aliento del poemario también parece ser la falta de comunicación, de conexión, esos manotazos que se dan al aire...
            YO.- Se me ocurre que manotazos al aire es la cara opuesta del poema Masa de Vallejo, la cara opuesta de esos versos que dicen «Entonces, todos los hombres de la tierra / le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;  / incorporóse lentamente, / abrazó al primer hombre; echóse a andar...». Poco muerto vamos a resucitar mientras que estemos cada uno en nuestra baldosa, lamiéndonos nuestra propia herida. Pero también está la idea de esa torpeza que somos, no saber muy bien cómo hacerlo o no querer saberlo y permanecer perdidos y, por último, creo también que esos manotazos son los intentos poéticos de expresar todo esto.

BdS.- La incomodidad, el extrañamiento, el vacío... también aparecen en muchos de los poemas, ¿es esta incertidumbre un buen caldo de cultivo para el verso?
YO.- Como dice Javier Krae: «prefiero caminar con una duda, que con un mal axioma». Creo que lo más interesante que el ser humano puede aportar a la literatura es su fragilidad, sus dudas, su angustia. Me parece, como dices, que la incertidumbre es el lugar de la poesía o, al menos, de la poesía que a mí me gusta, esa que intuye pero no sabe del todo y necesita de la analogía para decir y así ensancha la realidad y la construye en el papel.

BdS.- ¿Tiene la poesía alguna clave para aproximarse a esa falta de empatía emocional?
YO.- Voy a responder con las palabras que el poeta Sergio Franco dedica a la poesía de Isabel Tejada: «Y tal vez lo más paradójico de esta aventura sea que el hecho de asomarse a los propios abismos conlleve finalmente abrir una ventana al mundo […]. Esta experiencia analítica, este reconocerse viene a ser un paso indispensable para, posteriormente, interpretar, ya no solo los accidentes de nuestro interior, sino la realidad más prosaica  o milagrosa para así poder comprenderla, denunciarla, cantarla o denostarla». En resumen, supongo que una poesía en la que el autor indaga en su propio abismo, es el paso indispensable para ponernos en la piel del abismo del otro.

BdS.- ¿Qué importancia tiene en tu poesía la observación del otro? ¿Y la propia?
YO.- Hay algo que los novelistas y los dramaturgos dicen de su labor como escritores, que les permite meterse en la piel de otros; la poesía como tradicionalmente se ha considerado como expresión de los sentimientos del poeta parece que se queda al margen de esta posibilidad y no es así, a mí la poesía me permite tener otra carne, inventar otras vidas, indagar en el dolor de los otros, previvir experiencia; ahora bien, siempre elijo realidades que me tocan con intensidad: Viorica Balenescu, la chica de Europa del Este que observé durante meses; Papaché, que es mi abuelo, o en Deseo que mueras,  intento comprender lo que siente alguien que gasta su vida al cuidado de alguien a quien ama.


"Poco muerto vamos a resucitar mientras que estemos cada uno en nuestra baldosa, lamiéndonos nuestra propia herida".



            BdS.- ¿Qué sabe tu poesía de la muerte?
YO.- Saber, sabe poco; pero preguntarse, se pregunta mucho. La muerte es un hecho que me obsesiona, aunque suene a adolescente gótica o poeta romántico, y no sólo como miedo, sino por el extrañamiento que me produce la frontera entre el ser y la nada, los límites del cuerpo, la negrura que siembra a su alrededor. Preguntarme la muerte siempre está en mi poesía,  no puedo quitármelo de encima.




BdS.- ¿Cómo definirías tu lenguaje poético?
YO.- En manotazos me parece que es muy visceral, muy en carne viva, con un deseo de mirar de frente lo doloroso y lo terrible que nos habita y que nos rodea. También tiene algo de experimentación, de intentar «jugar» con palabra, indagar en sus posibilidades, buscando maneras nuevas de decir, pero intentando mantener un hilo referencial que ate al lector.
el miedo detrás es un libro posterior que publicó Gabriel Viñals en su editorial Ejemplar Único y me parece que sigue esa línea de mirar el dolor de frente, mantiene lo descarnado de manotazos, pero creo que es una poesía más introspectiva y una palabra poética más acendrada, con algunos poemas más breves y menos explícitos.

 BdS.- ¿Qué te gusta leer?
YO.- En general, me gusta la ficción,  es decir, me gusta lo que está dentro de la literatura –o rondándola–, lo que me hace indagar en la realidad, pero desde el objeto literario; eso sí, me encantan Nooteboom y Kapuscinski en el ensayo.  Una vez en la literatura, le pego a todo, con un amor especial por la Latinoamericana, que me parece que posee una capacidad para el riesgo envidiable y por un estilo seco, descarnado, sin concesiones al lector. Por citar algunas obras y autores que me han marcado mucho: en teatro, los argentinos Gambaro y Cossa y el inglés Pinter, los cuentos de Onetti, los de Cortázar; Pedro Páramo de Rulfo; Plop, de Pinedo; Los detectives salvajes, de Bolaño; Salón de belleza, de Bellatin; El hombre que amaba a los perros, de Padura; La carretera de Corman McCarthy; Stoner de John Williams; Una soledad demasiado ruidosa de Hrabal, Klaus y Lucas de Kristof; la poesía de Vallejo, de Gelman, de Boccanera, de Huasi, de Peri Rossi, de Bonnett, de Valente, de Maillard, de Szymborska, de Enrique Falcón, de Ana Pérez Cañamares, de Julio Espinosa, etc., etc., etc. y la de aquellos que tengo más cerca y que tanto me alimenta, la de Ángel Rodríguez, Juan Cruz, Sergio R. Franco, Isabel Tejada,  Mara L. Gavito, Gracia Morales, Elena Felíu, Inmaculada Garrido, Paco Gámez, Pedro L. Casanova, Joaquín Fabrellas, Molina Damiani, Fernández Rojano, Antonio Negrillo, Fernández Malo, Lombardo Duro. Hay mucha novela, porque hasta ahora la novela me ha servido más para escribir poesía, que la poesía misma.

BdS.- ¿Estás trabajando en algún nuevo proyecto?
YO.- Desde hace meses, vienen unos patos silvestres a nadar en nuestra piscina y para mí es una escena muy sugerente: lo salvaje que invade lo doméstico, el porqué de su elección, las malas hierbas habitándonos, la belleza de lo decadente… por ahí va la cosa, veremos qué sale. 


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